El español, una aventura

Yo pensé, al inicio de mi vida universitaria, que iba a dedicarme a la antropología, no al español. Fue ya en la carrera, primero con Tania Pérez Cano en UMass Dartmouth y luego con Emma Rivera Rábago y Luis Marentes en Amherst que entendí que el español no era solo la lengua materna, el vínculo con México, mi relación con mi infancia o con mis abuelos y primos, era una lengua que comenzaba a apreciar gracias a las lecturas, a los escritores, a las películas y al servicio que puede hacerse sabiendo la lengua a personas con menos privilegios que yo en los Estados Unidos.

Primero leyendo acerca de los puertorriqueños en Nueva York, luego acerca de García Lorca, o del español de la frontera y los corridos; luego discutiendo la guerra civil española, ya que mi abuela huyó de España al terminar la guerra y su familia se fue a México; más aún pensando en la belleza del idioma gracias a la poesía, a las clases de lingüística y a sus aplicaciones gracias a las clases sobre interpretación y servicio, es que llegué a entender mi pasado lingüístico de otro modo.

Este semestre incluso leyendo sobre accesibilidad lingüística, investigando sobre las leyes en muchos estados que ahora sí ya no se puede discriminar y exigen que haya intérpretes médicos y legales, entendí que el idioma es más que un vehículo de comunicación. Es lo que te hace quien eres, es tu identidad, tu memoria, tu cultura. Con el idioma cargas también con tus comidas, con tus costumbres, con tus colores. Haber hecho la concentración de mi carrera universitaria en español me llena de orgullo y me parece que puede permitirme contribuir a la sociedad y ayudar. Ahora me siento más capacitado para salir al mundo y utilizar mi lengua y servir a los demás.

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