El fútbol y mi vida.

Viví en México hasta los diez años y aunque mi familia tenía mucha relación con el fútbol (mi abuelo fue presidente del club y de las sedes de los mundiales de 70 y de 86 y uno de mis tíos fue portero profesional y es el director deportivo de los Xolos de Tijuana) yo no lo practiqué porque mi papá no era muy bueno que digamos. Al llegar a Estados Unidos, en New Hampshire ese verano entré a una clínica de soccer con unos entrenadores escoceses. Aprendí inglés mientras también mostraba mis virtudes como jugador. Luego jugué en un club de niños y siempre que competíamos perdíamos. Así vine por vez primera a Massachusetts, a jugar en un torneo. Fue hasta mi primer año universitario que el fútbol se me hizo un gran ejercicio y además empecé a ver el deporte en televisión y a apasionarme por algunos equipos

En particular el Barca en la época de oro de Messi y el Manchester City, de Pep Guardiola y el Chelsea. He pasado desde entonces muchas horas viendo fútbol, apasionado por los resultados, frustrado a veces y siento que recuperé algo de mi vida que estaba perdido por más de cinco años. Jugué lacrosse y un pueblo muy blanco donde viví me hizo olvidar mi verdadera pasión.

Muchas veces pasa así, te quieres integrar a una cultura y sin pensarlo vas dejando las cosas que importan. Yo con amigos que jugaban fútbol en la universidad regresé de alguna manera a mis raíces. No solo es un deporte maravilloso, democrático, que se juega en todo el mundo, que no requiere equipo costoso, que se juega incluso con un coco en algunos lugares de Brasil si no tienes dinero para pelota; es un juego apasionante que une a la gente. Se llama fútbol asociación porque si los jugadores no juegan para los demás no se gana. Es un juego que sirve para la vida.

A mí me sirvió también para encontrar de nuevo quién soy.

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